jueves, 15 de mayo de 2008

¿Y los regalos?

Hace apenas unos días, en los pronósticos del tiempo comenzó a medirse una variable que se sumó a la temperatura, la humedad y el viento: el humo.
La semana pasada comenzó a desarrollarse este fenómeno que tomó por sorpresa a la población de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos.
Abrir la puerta para salir a trabajar era sencillo; lo que requería de un acto de valentía era poner un pie en la vereda, aspirar ese aire denso y atravesar la interminable cortina gris.
Durante aquella mañana las preguntas casi caminaban solas ¿de dónde salió el humo? ¿hasta cuándo va a persistir? ¿es tóxico?, fueron sólo algunos de los interrogantes de la gente que caminaba por las calles de capital y provincia.
La respuesta llegó relativamente rápido: en el delta, más específicamente en Zárate, se estaban quemando pastizales de una extensión de 66.000 hectáreas.
Desde las oficinas, quienes tuvieron la oportunidad de ver el cielo, se encontraron con un panorama oscuro y asombroso. Era imposible visualizar las cimas de los edificios, como así también era en vano querer mirar más allá de las dos baldosas más cercanas.
Hasta el simple hecho de cruzar la calle se convirtió en una actividad de riesgo para los transeúntes, ya que a pesar de las recomendaciones dadas en los medios, los conductores manejaban a altas velocidades y sin luces.
De hecho, durante la estadía del humo en las ciudades, hubo lugar para los accidentes en las rutas argentinas. Principalmente, es preciso nombrar la relevancia de la ruta nº 9, en la cual se sucedieron una gran cantidad de choques, ocasionando más de diez víctimas mortales y gran cantidad de heridos.
Como consecuencia de la persistencia del humo, como medida preventiva se recurrió a cortar el paso por las rutas nº 9,12 y 14, cortando el paso a las provincias de Entre Ríos y a Brasil.
Pasar el día observando ese panorama desolador fue impensado, algo sinceramente hollywoodense. A cualquier hora parecían las siete de la mañana, sólo que a veces el sol daba cuenta de su presencia como si quisiera calmar la desesperación de más de uno.
Después de todo un día de trabajo y estudio para muchos, la vuelta a casa sería igual o peor que la salida de ella.
El punto era animarse a tocar nuevamente esa espuma gris, casi impenetrable. No había nariz que tolerara su olor ni ojos que se resistieran a cerrarse. El sol, apenas perceptible de color rosa, daba lugar a la aparición de una desolada luna que sólo servía de adorno a nuestra sufrida vista.
Llegar a casa con la noticia de que se había detectado a quien había iniciado el incendio, parecía señal de que al día siguiente todo habría vuelto a la normalidad y respiraríamos aire libre de humo. Pero no. Cada casa era comparable a la chimenea de una gran fábrica que está en pleno proceso productivo, ya que el humo había atravesado puertas herméticamente cerradas y ventanas. Nos encontrábamos como en Londres, pero en Buenos Aires.
El día terminó para todos con sensaciones de incertidumbre, desconcierto, ahogo y desesperación. Porque aquel no era un humo blanco esperanzador como el que salió de la chimenea del Vaticano en abril del 2005; sino que se trató de un humo gris, traicionero y escondedor.
Cuando creemos que es imposible que suceda algo que nos deje boquiabiertos, siempre se da la ocasión para que tengamos que rectificarnos. Aquello nos pasó con la nieve el año pasado, y a partir de allí en todo pronóstico aparecía la posibilidad de nieve. Igual pasó con el granizo. Y es muy probable que estas interminables capas de humo se conviertan en nuevas compañeras del amanecer argentino. Parecería que quieren hacernos sentir que estamos todo el año en Nochebuena, salvo que nos falta Papá Noel…sólo tenemos la chimenea…y con humo.

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