miércoles, 9 de julio de 2008

Notas de lector de Caparrós

A veces me pregunto ¿cómo es que cada texto se las ingenia para conectarse con otro? ¿Será que secretamente los libros quieren formar una gran telaraña para que al caer en su “trampa” no podamos ya huir? No sé, tal vez. Todas estas preguntas me surgen casi sin querer, sin pensarlo, y casi al mismo tiempo que aparecen voy tratando de encontrarles una respuesta que al menos se acerque a la verdad. Ni siquiera pido que lo sea.
Es que muchas veces, mientras estoy leyendo un libro, me descubro sorpresivamente recorriendo con la mente, otro. Sí, un colega con el que comparte cosas: estilos, temas, cuestionamientos…cualquier cosa ¿será eso a lo que le llaman intertextualidad? Puede ser.
Creo que uno de los motivos por los que se dice que “estudiar te abre la cabeza” es por el hecho de que te acerca a esos lugares a los que la actual globalización no te incitaría a visitar jamás
Con el fragmento de Misiones de Martín Caparrós me pasó esto de hacer un viaje adentro de otro viaje y de tantos más que realiza él por “el interior”. Decir que es un texto genial, es tautológico; decir que es audaz, es quedarse cortos con la definición. En realidad, Misiones es un gran mapa de aquella bendita provincia argentina.
Su papel de cronista merecería ser ganador de más de un premio. Ir hacia lo desconocido. Él y su Erre, solos. La tierra colorada y la lluvia. Sí, la lluvia que atraviesa todo el relato y también la vida de los misioneros.
Mientras leía y seguía aquel mapa que Caparrós iba delimitando en mi cabeza, volé hacia otra Misiones ¿otra? La Misiones que nos cuenta Walsh. La misma. Lo que a él lo moviliza es una cuestión muy puntual: aquellos japoneses que migraron llenos de ilusiones a tierras extrañas. Walsh inicia se viaje para conocer la realidad de esos kimonos que ahora caminaban la tierra roja. Por eso es que su crónica nace de la crítica que le hace a aquellos que engañaron descaradamente a unas indefensas familias orientales, sólo para llenarse los bolsillos de dinero sucio.





“La forma en que llegó aquí Shigemori Matonaga resume la forma en que llegaron todos los demás. Campesino en la provincia de Niasaki, era dueño de cuatro hectáreas. Le ofrecieron treinta en la remosta Misiones. ¿Misiones? Le mostraron películas en colores donde se veían naranjales parejos, suaves colinas cubiertas de pinares (…). Lo que no le dijeron fue que la mitad de su chacra estaba cubierta de monte, que las piedras que afloran en la tierra harían trizas las rejas del arado, que las lluvias arruinarían una y otra vez su cosecha de tabaco.”

Y ahí vuelvo a la Misiones de Caparrós. La misma Misiones con otros problemas. Él también critica. Y es en ese punto en que los textos vuelven a hermanarse. Se hacen uno. Caparrós, detrás de lo que simula ser la crónica de un extenso recorrido por la provincia, se encuentra interactuando a la vez con Piglia ¡¿Con otro más?! Sí, y la lista es infinita. La telaraña vuelve a hacerse presente. Piglia y su teoría del iceberg, la historia 1 y la historia 2 ¿y qué tiene que ver esto con Caparrós? A mi entender, todo. Porque él nos va llevando de acompañantes en su auto, convirtiéndonos en cómplices de su aventura: Andresito, Iguazú, Posadas y tantos otros lugares. Todos ellos fueron una excelente “excusa” para contar una historia, unas cuantas realidades crudas


“Paro en Apóstoles, capital nacional o provincial de la Yerba Mate, para ver si alguien me dice dónde puedo ver la cosecha de yerba: la tarefa. Hago varios llamados, cada cual me dice que debo hablar con otro, todos insisten en que es muy difícil. No debe serlo tanto; yo sospecho que no quieren que vea cómo trabajan esos señores y señoras, esos chicos”

Ante esta situación, y para aseverar su crítica usa un recurso llamado haiku o perfiles en verso, donde dice:

Cuando la yerba
mate.

Es decir, además de llevarnos de paseo por esos rincones escondidos y de maravillarnos con los escenarios naturales más hermosos alguna vez imaginados, como las cataratas del Iguazú, Caparrós intenta algo más. Muy claramente presenta temas de los cuales es difícil hablar sin que se te haga un nudo en la garganta o sin quedar como un tremendista. Hacer alusión a la discriminación, a la prostitución, al hambre, al abandono, la explotación infantil, la falta de educación, no es nada fácil.

“Lamentablemente en los pueblos, o en general en todos los lugares la policía está prendida casi siempre con los ladrones (…)”

“(…) El problema acá es la educación, la educación (…)
Después, en la escuela, una maestra me dirá que en cuanto los chicos tienen ocho o nueve años salen a trabajar y vienen poco.
-Sí, empiezan muy chicos, cinco o seis años (…)
- ¿Y a los seis años que pueden hacer?
- Ayudan a los padres. A los doce ya están manejando los tractores. Y los tareferos también, vienen con toda la familia, acampan por ahí.”

“un país tan rico cómo puede ser que no haya comida para todos, tenemos todos los climas y todos los paisajes y están los chicos en patas, los que piden, los cartoneros esos”

Este llamado de atención a la sociedad es uno de los mayores aportes de la crónica de Caparrós por el interior. Esto constituye la historia 2. Esa historia que siempre está presente, pero que a veces es tan oscura que nos cuesta sacar a relucir. Misiones no es sólo Misiones, es también La Rioja, Salta, Buenos Aires y el resto de las provincias.
“El interior”…ojalá que el título del libro sea sólo una muestra de la ironía que se maneja en el texto…que no asociemos todas estas realidades con el interior de nuestra querida Argentina, con su esencia. No, seguro que no, porque si bien hay una Argentina que no depende de nosotros, hay una que sí lo hace y a veces tengo la sensación como dice Caparrós de que “todo está por hacerse, a medio hacer, de que están haciéndolo ahora mismo”. Coincido plenamente en que “quizás Dios, finalmente, sea argentino”

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