miércoles, 9 de julio de 2008

Notas de lector de Kimonos en la tierra roja

Rodolfo Walsh narra en esta crónica la historia de varias familias japonesas que emigraron a las extrañas tierras misioneras, atraídos por el brillo de una promesa que luego se vio opacada por la realidad.
A lo largo de la narración, nuestro reconocido escritor realiza un juego constante con la temporalidad, y para acompañarlo divide el relato en seis partes: la introducción; “El país de la promesa”; “El páramo”; “Los que se quedan”; “Sinichi y compañía”; “Voces en el crepúsculo”.
En el primer fragmento, Walsh comienza narrando su ida y la de su compañero, Pablo Alonso, de Colonia Luján. Es decir, él opta por presentarle primero al lector, el fin de su aventura. Pero ¿por qué? Eso sólo se logra develar al final del relato.

“Sobre la tierra roja que se abre muy cerca en perspectivas de selva, las muchachas bailan vestidas con el kimono y le obi multicolores y tocadas con grandes sombreros de paja. El tiempo, el sol y el agua han propiciado la cosecha que las conmovidas voces agradecen al cielo (…)”.
“Cuando Pablo Alonso y yo nos vamos esa tarde de Colonia Luján, llevamos la pena de no quedar más tiempo con esa gente maravillosa y desdichada (…)”.

El cronista inicia el segundo tramo de su historia, contando la odisea de aquella comunidad. Es decir, cómo es que llegaron esas familias japonesas a las extrañas tierras de Misiones, Argentina. Para hacerlo, elige usar el tiempo pasado, con el objetivo de demostrar que aquellas promesas que hoy se hallan truncas, junto con la llegada de los japoneses, ya es cosa de un pasado demasiado lejano del cual sólo quedan ingratos recuerdos.

“La forma en que llegó aquí Matonaga resume la forma en que llegaron los demás. Campesino en la ciudad de Niasaki, era dueño de cuatro hectáreas. Le ofrecieron treinta en la remota Misiones ¿Misiones? Le mostraron películas en colores donde se veían naranjales parejos, suaves colonias cubiertas de pinares (…)”

Ya a partir del tercer apartado y hasta le final de la narración, el escritor describe su introducción en Colonia Luján y las distintas vivencias en ella y en relación a la gente. Para hacerlo, elige redactar cada sucedo en un “presente histórico” ¿Por qué? Porque busca crear en el lector la sensación de inmediatez entre el hecho y el momento en el que se escribe el relato. Y aunque el lector sabe que ese texto ha sido producido no inmediatamente luego del hecho, crea un “contrato silencioso” con el escritor en el que acepta su juego en el manejo de la temporalidad.
Walsh nos hace partícipes de las distintas visitas que realiza a las casas de los pobladores de Colonia Luján y nos sitúa cerca; casi como si estuviésemos caminando allí con él.
El alma de viajero se hace presente en él y el Pablo Alonso, ya que durante su estadía en Misiones, buscan los recursos necesarios para entender la realidad de esa comunidad olvidada y desdichada. Visitan también la escuela y buscan el testimonio de los docentes que allí trabajan; les interesan sus ideas, temores y alegrías.
Después de esta recorrida, Walsh le da el cierre a la crónica de la misma manera en que la empezó: describiendo aquella escena colorida y de baile en agradecimiento al cielo por la cosecha. Aquí termina el círculo, que se asemeja al ciclo de siembra y a la historia de la colonia japonesa en Misiones.
Aquel día se escribía otro punto final. A la mañana siguiente otro pájaro abandonaría el nido en busca de la verdadera tierra prometida.

“La tarde se desgrana en antiguas canciones, lentas y mágicas danzas sobre la roja tierra misionera, brillos de marfil de las manos, belleza hierática de las caras, esplendor de las sedas bajo el último sol. Una sombrilla roja está caída en el suelo. Aiko Kanmuse baila por última vez con sus compañeras. Mañana se irá para Buenos Aires”.

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