miércoles, 9 de julio de 2008

Notas de lector sobre Quiroga

¿Quién soy? ¿Qué me pertenece? ¿De dónde vengo y a dónde voy? Son las preguntas que atraviesan al texto de Quiroga.
En el pasaje “Los desterrados”, la figura del desterrado está encarnada por dos hombres: Joao Pedro y Tirafogo, de quien jamás se supo su verdadero nombre. Quiroga habla de ellos como una cualidad que tiene aquella región que rebalsa de tierra colorada:

“Misiones, como toda región de frontera, es rica en tipos pintorescos. Suelen serlo extraordinariamente, aquellos que a semejanza de las bolas de billar, han nacido con efecto”

Ambos, Joao Pedro y Tirafogo, son de origen brasilero, de ese momento en que Misiones era Brasil y Brasil era Misiones. De hecho, como bien señala Quiroga, los primeros pobladores de la ahora provincia argentina fueron en su totalidad brasileros.
Estos hombres, aventureros lo dos, eran de lo que se conoce como “de la primera hora”. De hecho, Tirafogo constantemente hacía alarde de que era antiguo. En su lengua de frontera, él decía: “¡Eu só antiguo! ¡Antiguo!”. En aquella época de juventud donde todo era esperanza, las plantaciones desbordaban de siembra y el trabajo era más fácil de hacer.
Quiroga muestra el antes y después de estos dos hombres, que en sus “años mozos” han pasado enfrentamientos, corridas, alegrías, borracheras y mil aventuras; pero que en el momento en que él llega a Misiones ya rondan los 80 años si no más.
Y la crisis que la mayor parte de la gente sufre a los 40 años en las grandes ciudades, Joao Pedro y Tirafogo la pasaron a los ochenta y tantos: un cuestionamiento sobre su identidad ¿quiénes eran ayer y quiénes son hoy? A esa avanzada edad se encontraban frente a una nueva Misiones:

“Las costumbres, en efecto; la población y el aspecto mismo del país distaban, como la realidad de un sueño, de los primeros tiempos vírgenes, cuando no había límite para la extensión de los rozados, y éstos se efectuaban entre todos y para todos, por el sistema corporativo. No se conocía entonces la moneda, ni el Código Rural, ni las tranqueras con candado (…)”

A los 80 las fuerzas ya no son las mismas, pareciera como si el tiempo se pasara más lento, pero a la vez es como si todo el tiempo los corriera por su velocidad y los impulsara a hacer todo lo que sus ganas le piden.
Y así pasaron tardes desmembrándose a sí mismos hartos de recuerdos. Pero ellos ya no querían recuerdos, deseaban, anhelaban, gritaban que querían realidades. Morían por ser ellos nuevamente, por volver a su tierra materna, a ese Brasil que los había visto crecer y huir…viajar en busca de algo mejor. Ese algo lo encontraron en Misiones, pero ya no era lo mismo…ya no eran felices…ya no era “su Misiones” Las energías parecía que estaban agotadas, que las manos resquebrajadas por el trabajo y las piernas fatigadas de tanto andar pedían un respiro. Pero el alma siempre tiene sed de más. Y hacia allá fueron. Lo último que vieron fueron aquellos pinares nativos. No había sido en vano: habían llegado. Ellos ya sabían quiénes eran: el viaje había terminado:

“¡Ya cheguei, mamae!...O Joao pedro tinha razao... ¡Vou com ele!”(“¡Ya llegué, mamá! Joao Pedro tenía razón… ¡Voy con él!”)

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